¡Ha nacido una estrella! Vaya, no sé bien si esta frase me suena a Broadway o es que la época navideña, en la que me estoy adentrando en este comienzo de diciembre, me influye. Lo que sé bien es que, cuando pienso en ella, me viene a la mente una estrella, pero el motivo es distinto al de las grandes artistas de musical o las brillantes luces de las calles navideñas. Me suena a estrella, porque cuando miras a un cielo estrellado cada estrella parece semejante a la de al lado. Un puntito insignificante perdido en un universo inmenso y oscuro. Lejana, distante, protegida en el anonimato que le procuran sus millones de compañeras. Una más, una de un montón. Ahora bien, si deja que te acerques a su vida y su historia, te capta su luz. Su vida puede ser como la de muchas otras mujeres, pero su fuerza, su arrojo, su valentía… la hacen brillar con luz propia.

La llamaremos, pues, Estrella. Ella será la protagonista de esta historia.

Su origen: una ciudad cualquiera, cerca del Mediterráneo. Tez cetrina, bronceada, brillante. Ojos oscuros, pelo negro, casi siempre recogido en una coleta o un moño. ¡Que hay que ir cómoda para buscarse la vida!- suele decir. Y es que desde siempre ha tenido que espabilar para sobrevivir. Y lo de “desde siempre” no es en sentido figurado. No tenía ni diez años cuando ya hacía de madre de sus hermanos y trabajaba con su padre en lo que hiciera falta, y no había cumplido los trece cuando ya estaba comprometida para casarse con un hombre mayor que ella, al que tendría la suerte de amar. O eso creía ella. Al fin y al cabo, no había conocido a otro. Era su hombre y bastaba.

Y es que, en la cultura de Estrella, ni ella, ni ninguna otra mujer importaba. Vivía en un mundo diseñado para el hombre. Y no, no hablo en “ese genérico” que la RAE sigue presentando como el “correcto”. El hombre: nombre común, género masculino y singular. Ninguna mujer entra dentro de este concepto.

La mujer, en su cultura, es la encargada del hogar, el refugio del marido cansado, cocinera, limpiadora y, ante todo, la MADRE. 

Y Estrella, feliz. Esa es la vida que conocía. Su ideal, su sueño: ser madre. Estrella es una mujer…niña…Un poco de las dos. Una mujer-niña fuerte pero inocente a un tiempo. No pudo crecer “a fuego lento”. Se hizo adulta de pronto, casi sin darse cuenta. 

Estrella hizo suyos los sueños de su marido. Salir de su tierra, buscar un futuro mejor. Aunque eso conllevara dejar a los suyos. Ahora su familia eran ellos dos. Lo demás no importaba. Juntos conquistarían un nuevo mundo.

Estrella es prisionera de una lengua que no entiende. Las costumbres de estas gentes no son sus costumbres. Está sola. Él debe buscar trabajo. No puede hacerse entender. Tiene una casa, pero vive de prestado.

Y aunque el tiempo parece detenerse y no avanzar, ya han pasado tres años. Por fin va a empezar a vivir sus propios sueños. Está embarazada. Su ilusión, ser madre, se haría realidad.

Su cuerpo iba cambiando y con él la propia Estrella. No había visto su cara y ya le quería. 

El embarazo fue complicado y cada día sacaba fuerzas de donde no había. Por él, por su tesoro. El niño que sería su mayor alegría y su mayor preocupación.

El parto no fue especialmente difícil. Como casi todos los partos: miedo, dolor, llantos y risas, todos a una. Lo difícil vendría después. Su niño nació enfermo. Necesitaba una operación a corazón abierto. Tan pequeñito. Tan indefenso. Tan poca cosa y tan grande a la vez.

La vida de Estrella se paralizó. Ya nada importaba, solo él. 

Bastó una operación y su hijo, delicado y frágil para siempre, salió adelante. Ya se encargó ella de pedírselo a Dios. Su fe, fuerte, fue la roca a la que asirse. 

Y así, su hijo sobrevivió y creció. 

El crecimiento de su hijo fue su propio crecimiento. Encontró un motivo para hacerse entender: su educación.

Buscó ayuda y la encontró entre los salesianos. Aprendió a leer y escribir, mejoró su vocabulario en español y se relacionó con otras personas de su edad. ¡Por fin tenía una vida más allá de su casa!

Su hijo, su razón de ser desde niña, se convierte en un estímulo para formular otros sueños, la posibilidad de un avance personal que jamás había alcanzado a imaginar.

Ahora le interesaba pensar en sí misma. Quiere estudiar más. Nunca lo había echado en falta. Pero ahora quería ser Estrella. Estrella madre, Estrella esposa, pero, sobre todo, Estrella Estrella.

Era la primera vez que pensaba en sí misma. ¡Qué sensación tan extraña y maravillosa al mismo tiempo! Ahora sí que se había trasladado a un nuevo mundo, a una nueva tierra desconocida para ella. Pero esta vez no se sentía desarraigada y sola. Se sentía acompañada, feliz, tranquila y realizada. Ahora no vivía de prestado. Al contrario, nunca se había sentido tan dueña de sí misma, de sus decisiones y de sus sueños.

Ahora sí ha nacido Estrella, la protagonista de su historia. Pelo negro, suelto y bien cepillado. Piel brillante. Roja por la ira cuando siente la injusticia de miles de mujeres que no tienen su oportunidad, que no conocen “otra vida”, a las que no se las deja pensar o decidir. Pálida por el miedo a la pérdida, a la enfermedad o al desarraigo. Negra cuando se siente hambrienta o desesperada ante la falta de oportunidades, de trabajo, ante los prejuicios raciales y el desconocimiento de otras culturas y formas de vida. Amarilla de alegría al mirar a los ojos de sus hijos y las caras de las personas que la han acogido y ayudan de forma desinteresada. Pero, sobre todo, verde, porque Estrella es esperanza. Es la que nunca se rinde, la que se levanta de cada caída o dificultad, la que avanza y se reinventa. Estrella es hoy una mujer especial y una gran madre. Mañana…¿quién sabe?

 

Escrito por: Mª Paz Plasencia

Ilustrado por: Javier Soligó

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