Cada una emprendemos un tipo de viaje desde que nacemos. Para algunas es un paseo en barca en un mar calmado y soleado, donde se pueden dejar llevar por la corriente del agua, solamente con alguna pequeña ola de vez en cuando que la agita. Otras personas van a una velocidad y comodidad como si fuesen en avión, en moto, en coche… Mi viaje es en bicicleta.
Mi bicicleta podría ser un tándem donde mi madre y yo pedaleamos fuerte cuando vienen cuestas, aunque no siempre es así y hay veces que no me acompaña siendo yo la que sube la cuesta sola. Ella trabaja mucho para que podamos vivir bien las dos y casi nunca está en casa. Así como hacen mis amigos y amigas, nosotras nunca nos vamos de viaje, a cenar por ahí, ir de compras o al cine. Pero cuando es mi cumple vamos juntas a comer pizza y es el mejor día del mundo.
El camino recorrido hasta hace unos años cuando estaba mi padre era de piedras, siempre estaba agitada: había curvas donde me sentía nerviosa, cuestas con mucha pendiente en las que estaba exhausta y pasaba por el lado de precipicios donde tenía mucho miedo. El camino no era seguro para mi madre y para mí. En la escuela no tenía amigos ni amigas, más bien se metían conmigo a menudo, por lo que me pasaba las tardes en casa.
Tras unos años de días nublados y tormenta en mi camino en bicicleta, un día salió un rayito de sol: tuvimos una cita con dos mujeres de Servicios Sociales que parecía que entendían que mi paseo en bicicleta era demasiado duro para una niña de mi edad, entonces tenía 11 años. Se sentaban a mi lado y me escuchaban, me sentía bien con ellas. Me explicaron que a partir de ese momento por las tardes ya no estaría sola en casa, iría al PAE (Proyecto de Apoyo Educativo), que era un lugar donde iban más niños y niñas, se hacían muchas actividades y me ayudarían con las tareas de clase. Esa idea no me gustó, ya que estar con más personas de mi edad como en el colegio en ese momento era horrible.
Poco a poco fui descubriendo que era un buen lugar donde estar: los compañeros me trataban bien y les gustaban las series manga y dibujar cómics como a mí, ahora algunos de ellos son mis mejores amigos con los que siempre quedo los fines de semana o en verano, antes nunca salía.
Desde que entré en el PAE empecé a vivir mi viaje más calmado: siempre que necesito algo las educadoras me ayudan y escuchan, tengo un grupo de amigos y amigas con los que salir y divertirme, hacemos muchas actividades y salidas donde nos lo pasamos genial y he aprendido a ser autónoma en mis estudios.
En este momento tengo 15 años y mi viaje en bicicleta sigue siendo complicado, pero ahora me siento más segura y más feliz, cuando viene una cuesta dura sé que tengo gente a mi alrededor que me acompaña y me anima a seguir pedaleando.
Mi sueño es ser profesora para poder dar la mano a los niños y niñas cuando su bicicleta se tambalee y sientan miedo, como me la han dado a mí. Hacer su trayecto más fácil sin importar el medio de transporte que tengan o lo complicado que sea su camino, acompañarles para que su viaje sea más alegre.
Escrito por: Emma Llopis
Ilustrado por: Andrés Pérez
@andrespez – https://www.instagram.com/_andrespez_/
Relato. La vida en bicicleta