Soy Rifeño.
Hasta que no llegué a España no me habían llamado “marroquí”.
Soy Rifeño. Mis abuelos son Rifeños.
Hace más de dos años que no vuelvo a casa, que no veo a mi madre, que no piso la orilla desde la que soñaba viajar un día hacia Europa; hacia esa España de la que apenas me separaba un diminuto trozo azul en el mapa. Tenía claro, ya entonces, que era en la otra orilla donde quería cumplir mi sueño.
Hace más de dos años que el chico que tenía a mi lado en la patera me confesó que no sabía nadar, pero que tenía el corazón roto, así que no tenía miedo a nada. Era Europa o la muerte.
Dos años desde que las olas nos arrastraron durante 23 horas hasta la playa de Almería, donde nos recogió la policía mientras hacía mil preguntas de las que solo entendí algunas palabras sueltas con el poco castellano que había aprendido en mi Al-Hoceïma natal.
– Zi, hefe, otrah patera de marroquíeh. Loh llevamoh ar sentro de resehsión.
El centro de recepción… No soportaba aquel sitio: Apiñados para dormir, bichos en la comida y la sensación de dejar de ser una persona para pasar a ser un problema que resolver.
Entre clases de castellano y tiempos muertos intentando no causar muchos problemas ni meterme en líos, no pasó mucho hasta que me las arreglé para conseguir una oportunidad para escaparme y un billete de autobús hasta Castellón. Allí habían enviado a un centro de acogida de menores a uno de los amigos que había hecho en las clases.
– ¿Iste autobús va Castellón?
– Sí, sube, yo te aviso cuándo bajarte.
La sonrisa del conductor me animó a sentarme justo detrás de él y darle conversación. El viaje fue largo, y el autobús estaba bastante vacío así que hablamos casi todo el trayecto.
Me preguntó si era marroquí, y le contesté que soy Rifeño. Mi hermano, encerrado en una prisión marroquí sin haber hecho nada, es Rifeño.
Le hablé de mi familia y de mi tierra, donde nunca nos faltó de nada. Le hablé de mi pasión por los viajes, le pregunté por las ciudades que había recorrido con su autobús y si me podía dar trabajo como conductor. Y, sobre todo, le hablé de mi sueño: estudiar en España y, después de eso, tener una casa, un coche y una familia. Nada más. Nada menos.
No diré que al llegar a Castellón todo fue fácil -las noches pasadas en la calle, perderte en el idioma o no entender cómo funciona un país tan distinto al tuyo es muy duro- pero, gracias a Allah, gente buena, que siempre guardaré en mi corazón, me fue ayudando, y mis pasos me acabaron llevando a Burriana, donde vivo actualmente en el Piso de emancipación Don Bosco junto a otros cuatro compañeros. Aquí he podido empezar a estudiar y prepararme para encontrar un empleo cuando pueda regularizar mi situación administrativa, aunque eso es una historia para contar otro día.
Por ahora me toca seguir luchando para cumplir con aquello que me trajo aquí, y demostrar que las fronteras no son más que líneas invisibles cuando hablamos de un sueño.
Porque soy Rifeño, pero ahora este es mi hogar.
Escrito por: Andrés Martínez
Ilustrado por: Javier Comino
@javi_comino – https://www.instagram.com/javi_comino/?hl=es
Relato. No hay fronteras para los sueños